Cabe estar orgullosos
- Marc Ferriz - Entre líneas
- 7 may
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Actualizado: hace 1 día

Cabe estar orgullosos. Incluso ahora, cuando el murmullo de la eliminación aún no se ha apagado, cuando la euforia de Milán se cuela por cada rendija como una bofetada a destiempo. Cabe estar orgullosos de un equipo que no estaba llamado a esto. No todavía.
Ni los pronósticos, ni la lógica, ni siquiera la prudencia permitían imaginar a principio de temporada un Barça a este nivel. Demasiada juventud, demasiadas incógnitas y tiempos oscuros a las espaldas. Pero este equipo desobedeció las previsiones, rompió los límites y se ganó el derecho a estar donde nadie le reservaba sitio.
Porque este Barça no cae con estrépito ni se desangra con resignación. Se va con las botas puestas, con la camiseta sudada hasta el último aliento y con la certeza de haberlo intentado todo.
La diferencia es que ahora no duele por vergüenza, sino por ambición. Porque este grupo joven, lleno de jugadores que apenas han aprendido a caminar por Europa, ha llevado al club a las puertas de una final de Champions.
Porque no fue suerte, ni milagro, ni desliz del rival. Fue fútbol. Fútbol bueno, valiente, osado. Fútbol de cantera y de carácter. Fútbol que recuerda quién se es, incluso cuando aún no se sabe del todo quién se será. Con un equipo donde solo tres jugadores de los 17 que disputaron el partido sabían lo que eran unas semifinales de Champions.
Frente al Inter, un equipo tallado en la paciencia de los años, en la cicatriz de las derrotas y en la serenidad de quien ya sabe qué hacer cuando hay que sufrir, el Barça compareció con lo que tenía: desparpajo, talento, orgullo y una fe inquebrantable. No bastó.
Pero eso no le resta mérito ni belleza. Porque estos jugadores no solo han llevado al club de vuelta a las semifinales de Europa, sino que lo han hecho fieles a una idea, con valentía, con el juego como argumento. Sin disfrazarse de lo que no son, sin renunciar a lo que los hace distintos.
No se trata de un consuelo, ni de una palmadita en la espalda. Se trata de reconocer el valor que tiene competir cuando lo más lógico era no estar.
En estos momentos también se revela la grandeza de un equipo. No solo en los títulos, que son consecuencia. Tampoco únicamente en la épica, que es adorno. También en la dignidad con la que se cae y en la entereza con la que se anuncia el futuro.
Porque este Barça ha perdido, sí. Pero ha dejado claro que volverá. Que tiene con qué. Que la generación que viene ha venido a ganar. Y que cuando lo haga —porque lo hará— se recordará este mayo de 2025 como el punto de partida. Como el momento exacto en que se dejó de tener miedo.
Cabe estar orgullosos de este Barça. Porque ha resucitado el verbo competir. Porque ha demostrado que el fútbol, a veces, también premia la osadía. Y porque ha devuelto a los culés esa vieja costumbre de soñar.
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